El encuentro entre Chillida y Tàpies, el abismo de Cristina Iglesias y la villa de Cy Schnabel: viaje con arte a San Sebastián en tres paradas y algunos extras

Hondalea (“abismo marino”, en euskera), la obra en cuestión, sí que ha tenido su inauguración oficial poco después de instalarse en la isla de Santa Clara. Con todas las autoridades de rigor. Y no le han faltado visitantes ilustres como Norman y Elena Foster.

Desde el principio se ha dicho mucho sobre ella, a favor y en contra. Lo segundo se centra en el posible impacto mediambiental y en su coste para el ayuntamiento que, entre obra civil y la producción de la obra, asciende a unos cuatro millones y medio de euros, IVA incluido. La artista ha donado sus honorarios, con lo que esta partida se ha ahorrado del presupuesto. Luego se ha hablado mucho de todas las toneladas de bronce trasladadas en helicóptero y ensambladas in situ, de los litros del circuito cerrado de agua de su tramoya, de las jornadas de trabajo y de las propias dimensiones del artefacto, como si en lugar de una instalación aquello fuera la Cleopatra de Mankiewicz, así que tampoco hay motivo para repetirlo.

Digamos en cambio que antes de verla yo pensaba una serie de cosas sobre ella, y sigo pensándolas después. Sobre todo, que no parece muy cuestionable que una artista donostiarra actual y reconocida internacionalmente conforme una especie de eje con otras dos obras emblemáticas en el espacio público, las de Chillida (El peine del viento) y Oteiza (Construcción Vacía), en ambos extremos de la misma bahía.

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