(201) Apostasía –4. La fealdad del arte moderno sinCristo

La estética de la fealdad es el rasgo propio del mundo sinCristo.El mismo espíritu que en Occidente rechaza Dios y a su Cristo, es el que malea la vida social y política, rompe las familias, reduce extremadamente la natalidad, vacía la filosofía de toda verdad, desprecia la tradición cultural por principio, deshumaniza a los pueblos, y lógicamente, degrada todas las artes, hundiéndolas en la fealdad. Es un mismo impulso descendente. Va todo junto.(201) Apostasía –4. La fealdad del arte moderno sinCristo (201) Apostasía –4. La fealdad del arte moderno sinCristo

En nuestro tiempo, sin duda, ha habido y hay artistas «modernos» que, como en el pasado, siguen produ­ciendo bellísimas obras de arte, ciertamente en formas nuevas. Cualquiera hoy, medianamente cultivado en el arte, reconoce la gran belleza que, durante los últimos cien años, hay en una escultura de Rodin, en «la Consagración de la Primavera» de Strawinsky, en un paisaje urbano de Antonio López o en un edificio como el Guggenheim bilbaino de Frank Ghery. Pero ésas son obras de arte que han desarrollado en formas nuevas, a veces muy nuevas, la tradición estética de Occidente, la que las naciones cristianas, hicieron florecer al máximo en todas las artes.

Pero lo que hoy suele llamarse arte moderno es congéni­tamente feo. Partiendo los artistas de un mismo espíritu falso, malo y feo, extienden a todas las modalidades del arte una fealdad, en cierto modo consciente y voluntaria, que en ningún momento de su historia ha afectado en grado semejante a las artes de la humanidad. Y es necesario reconocer que el imperio estético del feísmo se ha producido justamente al llegar las naciones más cultas a una apostasía generalizada de la fe cristiana. Es normal que así haya ocurrido: corruptio optimi pessima.

¿Y no será que no entendemos la belleza real del arte moderno, y que por eso no la apreciamos?

El pueblo llano, aquel que teme torpemente quedarse «atrasado», se fuerza a sí mismo a admirar obras que no entiende. Otras veces finge admirarlas, aunque raramente las adquiere. Y en algunas ocasiones incluso, cuando está más libre del mundo, llega a expresar su auténtico sentimiento: «esto es un timo». En general –pensemos por ejemplo en conciertos cacofónicos de música moderna, en ultramodernas exposiciones insultantes de pintura y de escultura, o en ciertas obras poéticas absolutamente ininteligibles–, el pueblo ajeno a la pedantería estética abomina del arte moderno que, queriendo liberarse de toda referencia a la naturaleza o a los lenguajes esté­ticos de la tradición, pretende autoa­firmarse en un solipsismo arbitrario, partiendo del yo del propio autor solamente, es decir, partiendo de cero. En todo caso, el pueblo humilde no suele atreverse a expresar en público su pensamiento.

Los intelectuales, en su gran mayoría, admiran el arte moderno, al menos de palabra, porque ninguna clase social da mayor culto que ellos al hodiernismo. Alguno hay que conoce su verdad, es decir, su falsedad, pero no se atreve a confesarla, como es el deber primero del intelectual. Y «no la confiesa, porque teme ser excluído de la sinagoga» (Jn 12,42). En todo caso, como es lógico, justamente en el prestigioso gremio de los intelectuales, más seguro de sí mismo, es donde han ido surgiendo poco a poco –tarde y poco, aunque cada vez con más frecuencia– críticas y rebeldías contra la invasión de la fealdad en la pintura o la ar­quitectura, en la poesía, el teatro o la mú­sica, y en tantos otros campos.

Quizá la fecha de caducidad está próxima para los artistas modernos feístas, no sólo por el alejamiento del pueblo, sino por la denuncia feroz de algunos intelectuales. Ya sabemos que Beethoven y otros músicos fueron en sus principios enérgicamente reprobados, o que Van Gogh apenas consiguió vender en su vida un solo cuadro; y que como ellos, muchos otros artistas, que no fueron apreciados en su tiempo, son hoy patrimonio glorioso de la humanidad. Y el saberlo, nos obliga a tratar estas cuestiones con especial cautela. Pero no nos hace callar. Cada vez, en efecto, son más las voces que, venciendo poderosas constricciones del mundo, se atreven a denunciar la falsedad y la fealdad –van juntas– del arte actual, enfrentándose a la excomunión de los círculos progresistas ampliamente dominantes.

También los «marchantes», los vendedores de obras de arte, y las galerías colaboran, en complicidad con los medios de comunicación progres, para que prosiga indefinidamente el enorme fraude del arte moderno, que les permite lograr precios inverosímiles para obras que no valen nada. Pero, sin embargo, es necesario reconocer que, más todavía que estos condicionamientos, influye en la inexplicable persistencia y valoración del arte moderno el hecho de que realmente es «una expresión de nuestro mundo actual». Eso es cierto.

¿Cuál es la misteriosa causa principal de la fealdad del arte moderno? Sin duda alguna, el rechazo de Dios y de su Cristo. «Él es la imagen de Dios invisible, el primogénito de toda criatura, porque en Él fueron creadas todas las cosas del cielo y de la tierra» (Col 1,15-16). No es, pues, tan misterioso el problema, al menos para los creyentes, los hijos de la luz.

(201) Apostasía –4. La fealdad del arte moderno sinCristo

El profesor de estética Pedro Azara necesitó gran lucidez y no poco atrevimiento para escribir el libro De la fealdad del arte moderno (Anagrama, Barcelona 1990). Resumimos sus tesis en dos. 1ª- «Nunca como en el siglo XX había proliferado tanto la fealdad en el arte. Se manifiesta en todos los campos. Adopta las formas más variadas y sorprendentes», hasta el punto que puede afirmarse que «la fealdad es consustancial a la modernidad» (pgs. 13, 33). Y 2ª- Esta fealdad ha de explicarse ante todo en clave de irreligiosidad. Los artistas moder­nos, dice Azara, emancipándose de los dioses, más aún, «como venganza» más o menos cons­ciente contra ellos, pi­sotean las formas naturales, y pretendiendo ser como Dios, afirman sobre el mundo un poder divino, sin límite alguno (14-16). Más aún, exigen, aunque rara vez lo consiguen, que el pueblo les acompañe en su extra­viada aventura; en efecto, «el arte del siglo XX es un arte de fanáticos que buscan impo­nerlo, despresti­giando el arte de los que no son fieles a la nueva reli­gión del arte moderno» (190).

Verdad, bondad y belleza se exigen y posibilitan mutuamente(«verum, bonum et pulchrum convertuntur»). El milagro de una belleza perfecta no puede darse si no va unida a la verdad y la bondad. Un poema que exhorta al racismo nacionalista, aunque tenga aciertos parciales de gran belleza, no puede tener profundidad ni grandeza. Una danza como la de Salomé, impregnada de seducción maligna y de finalidad homicida, no puede ser perfectamente bella. Es imposible que ese poema y esa danza puedan tener una gran belleza porque llevan en sí una perversión de la verdadera condición humana, una falsificación de la verdad y una ofensa al bien. José Rivera Ramírez (+1991) dejó sobre ésta y otras cuestiones escritos muy valiosos, recogidos en La belleza y la verdad (Fund. José Rivera, Toledo 2007).

En este sentido, el escritor franco-ruso Andrei Markine, que hace unos años recibió los premios Goncourt y Médicis, declaraba en 1997: «no hay grandes novelas en Occidente porque hoy el hombre se olvida de los grandes interrogantes, porque disponemos de veinte tipos de yogur para no tener que hablar ni de Dios ni de la muerte. Pero si no se habla de eso, si no hay angustia ante lo desconocido, no hay filosofía ni gran creación artística posible».

El ateísmo produce un hombre espiritualmente feo, en sí mismo oscuro, contradictorio y trivial, que no puede producir obras profundamente bellas. Un artista egoísta y amargado, por ejemplo, que prefiere el mal al bien, la mentira a la verdad, el caos al orden armonioso, que no sabe perdonar, que estima absurda la vida, que está desesperado y que acabará posiblemente en la droga o el suicidio, es incapaz de producir una obra de arte llena de luminosidad y armonía, pletórica de fuerza y alegría, profundidad y transcendencia. Del mismo modo, una cultura muy alejada de la verdad y del bien, es decir, de Dios, se hace incapaz de producir obras verdaderamente bellas. Por eso, el arte del mundo descristianizado, en cuanto que pretende realizarse rechazando a Dios, y concretamente, sinCristo, está a priori condenado a la fealdad, como lo comprobamos a posteriori.

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Sin cuidar apenas el orden y la selección, voy a poner unos cuantos ejemplos de arte moderno feo, que nos permiten comprobar estos diagnósticos estéticos que he expuesto.

John Milton Cage Jr. (1912-1992) es considerado como uno de los principales compositores estadounidenses del siglo XX, pionero sobre todo en música aleatoria y electrónica. Teórico musical, poeta, pintor, seducido por el zen y las artes del Oriente, filósofo (!), contribuye también al desarrollo de la danza moderna a través de su asociación con el coreógrafo Merce Cunningham, que fue su compañero sentimental la mayor parte de su vida. Podemos hacernos una idea del arte de Cage escuchando su Concierto para piano (10’), o escuchando su composición 42’ 33’’, que consta de tres movimientos que se interpretan sin tocar una sola nota. No es necesario, por supuesto, escucharlas enteras, pero advierto que su audición, que sólo será visión en el segundo caso, desgrava en orden al Purgatorio.

Ramón Lazcano (San Sebastián, 1968-) es un compositor español afincado en París. No traeré aquí ninguna de sus obras sonoras, sino que lo pondré como un ejemplo de la teorización estética con la que con gran frecuencia los artistas modernos intentan (?) explicar el misterio de sus obras. En el programa de mano distribuido en el «estreno mundial» de su obra Mugarri (aprox.13’) (Pamplona, 2010) escribe:

Esta prosa irracional, más que explicarnos la obra, nos confirma en el diagnóstico de su falsedad. Une sin ningún cortocircuito cerebral el espacio experimental y la materia «frágil y connotada», lo preciso y lo desdibujado, lo oculto y lo desvelado, lo que se reconoce e ignora, a la vez que interroga constantemente a un tiempo asociado al devenir de una forma no preestablecida. El texto no puede menos de recordarnos la prosa «filosófica» de la Kristeva, que citaba yo como ejemplo al final de mi artículo anterior. Si hablando no sabe lo que dice, probablemente le sucede lo mismo en su lenguaje musical. La irracionalidad moderna hermana a filósofos y artistas: unos y otros vienen a hablar un mismo lenguaje, a veces conscientemente in-significante.

Hago notar también que términos como «estreno mundial», o «estreno absoluto», tratándose de compositores de música moderna, vienen a significar con frecuencia que ésta es la primera vez que se interpreta la obra, y probablemente la última. En la programación de conciertos o de emisiones radiofónicas muy escasamente se incluyen las obras de los compositores modernos más notables, porque protestan los oyentes. Y cuando no son notables, sino de un nivel secundario, casi nunca sus obras vuelven a interpretarse después de su estreno: el «estreno absoluto» es total y único. En 2011 el estudio de un sondeo realizado en 11.700 conciertos dados en todo el mundo nos informaba que los autores más interpretados habían sido Mozart, Bach, Brahms, Haydn, Schubert, Chaikovsky y Mahler. A una distancia enorme quedaban los músicos modernos más notables, Schönberg, Webern, Berg, Berio, Ligeti, etc.

Y es que a la inmensa mayoría de los aficionados a la música no nos gusta la música moderna. La audición de Mugarri, según escribía al día siguiente un crítico musical, obtuvo «aplausos corteses», que bien podrían traducirse como «aplausos caritativos». Cien años lleva sonando la música ultra-moderna, y sigue sin gustar al público melómano. Pero esto, según parece, no importa nada. El más prestigioso compositor español de esta música, Luis de Pablo (Bilbao, 1930-), declaraba en 2011: «No debe preocupar que al público no le guste la música contemporánea. Ya cambiará»… Son inasequibles al desaliento.

Poetas. Va una mini-antología, con un par de poetas actuales no conocidos:

Y añado dos ejemplos de autores conocidos. El segundo de ellos es autor de excelentes poemas, que no lo son tanto cuando, cediendo a la moda, se va al irracionalismo extremo. Pero hasta en esos casos se nota su calidad poética.

Otros poetas, notables o ignotos, ya nos han ido acostumbrando a lo inefable e indescifrable, mejor aún, a lo absurdo: «elefantes azules pastan en las pupilas de tus ojos»… Y el pueblo, como ha sucedido con la música moderna, se ha alejado mucho de la poesía, porque no la entiende, ni tiene por qué entenderla: demasiadas veces es absurda. Eugenio d’Ors decía en el Jardín Botánico que «la locura es insípida». Pienso, sin embargo, y no sé si me equivoco, que actualmente de todas las artes es la poesía moderna la que con más frecuencia se libra de los horrores del mundo sinCristo. No pocas veces dice la verdad.

La fealdad en el arte moderno se manifiesta en tendencias muy diversas. Aunque algunas veces se va hacia lo enorme y lo abigarrado, también se inclina, quizá con mayor frecuencia, hacia una expresión ascética minimalista y pobre, monótona y absurda: el poema que junta unas pocas palabras casi mudas, de una opacidad casi total; la pieza musical que prolonga varios minutos una nota única, afilada, penetrante, con mínimas variaciones de emisión; el formidable edificio que podría tener como maqueta una caja de zapatos; el cuadro apenas emborronado, cruzado por una sola enérgica raya agresiva –¡genial!–, y nada más. Podemos apreciar lo que digo en el ejemplo siguiente.

Mark Rothko (Letonia 1903-Nueva York 1970), pintor muy notable, produjo obras que pueden contemplarse en los más importantes museos del mundo, como el Guggenheim de Bilbao, el Whitney Museum of American Art, la Phillips Collection de Washington. Después de algunas aproximaciones hacia el expresionismo abstracto y el surrealismo, a partir de 1947 centró su producción en grandes pinturas rectangulares, generalmente verticales, que alternan finas capas de color, dejando los bordes desdibujados. Su exposición de 1954 en el Art Institute of Chicago fue la manifestación principal de este modo suyo pictórico, que habría de cultivar hasta su muerte. En esa exposición de 1954 se incluía el cuadro de grandes dimensiones Nº 1, 1954, que recientemente fue subastado en Sotheby’s y adquirido al precio de 59 millones de euros.

Artur Barrio (Oporto, 1945-). Copio de una agencia de prensa (IX-2011). «Deliberadamente incorrecto. Radicalmente visceral. Así es el arte del brasileño Artur Barrio, que le ha proporcionado el premio Velázquez, el [premio] Cervantes de la plástica hispana, dotado con 125.000 euros y el de más alto rango institucional de cuantos se conceden en España.

Cuentan una anécdota sucedida en París en los años más fervientes del arte abstracto o simbolista o surrealista; no recuerdo. Un estudiante, ayudado por unos amigos, logró pintar un cuadro al óleo con la ayuda de un burro, a cuya cola iban atando sucesivamente pinceles y brochas con distintos colores. Acercando el burro al lienzo, hizo en él lo que pudo. Y el cuadro fue admitido en una Exposición colectiva de arte moderno, consiguiendo críticas, digamos, normales. Una experiencia semejante se hizo este año, logrando exponer clandestinamente en la famosa feria de arte moderno que anualmente organiza la galería ARCO (Madrid) un “cuadro” pintado por el manoteo de varios niños de 2 y 3 años. Estas anécdotas ayudan a estimar que en el arte moderno vale todo, como en la filosofía.

Pablo Ruiz Picasso (Málaga, 1881-Mougins, Francia, 1973) realizó su pintura en varias fases de estilos diferentes, señalándose como impulsor del cubismo. Pintó más de dos mil obras, repartidas en museos y colecciones de todo el mundo. En un artículo reciente La amarga confesión de Picasso, se reprodujeron unas supuestas declaraciones hechas por Picasso a la revista de L’Association Pupulaire des Amis de Musées («Le Musé vivant» nº 17-18, 1963). Pero son apócrifas. Según advierte Santiago en un comentario a mi artículo (20.1.12-5:08 pm), se trata de un texto de Giovanni Papini en su Libro negro (1952), donde en el capítulo Visita a Picasso (o el fin del arte) finge una entrevista con el propio Picasso. Aunque la confesión no es auténtica, es cierto que en bastantes ocasiones se manifestó el artista en términos semejantes, especialmente cuando hablaba sobre la belleza como algo ajeno a su trabajo: «Me horroriza la gente que habla sobre la belleza. ¿Qué es la belleza? De lo que hay que hablar es de problemas en la pintura. La pintura no es otra cosa que investigación y experimentación. Yo nunca pinto un cuadro como una obra de arte. Todos ellos son experimentos» (Liberman, Picasso, Vogue, 1-11-1956). Se cumple aquí el dicho italiano se non è vero, è ben trovato. Veamos las confesiones del pseudo-Picasso::

Que Dios perdone a todos los causantes del inmenso fraude del arte moderno, que han humillado a la humanidad de nuestro tiempo en un mundo sinCristo. Giovanni Papini decía que «la sonrisa es del ángel, la risa del hombre, y la carcajada es del demonio». El diablo, el Enemigo del género humano, es el padre de la mentira –de todas las mentiras, también de ésta–, y si estuviera para bromas, se carcajearía de tantas naciones apóstatas, hoy postradas ante las monstruosidades del arte moderno, que ofrecen ante ellas el incienso de muchos millones de euros reducidos a ceniza.

Que Dios perdone también a todos aquellos católicos dirigentes –maestros y catedráticos, escritores y políticos, Obispos y rectores de parroquias y santuarios–, que dando la espalda a las diversas tradiciones del arte cristiano, despreciando así la verdad, el bien y la belleza, no han denunciado la fealdad congénita del arte agnóstico y sin-Cristo, y han rendido culto a sus obras horrendas, engañando a los demás y, primero, a sí mismos. Con tal de ser mundanos, hijos de su tiempo, pasan por cualquier cosa.

José María Iraburu, sacerdote