Quince minutos para abandonar sus casas

Norbert Bilbeny

"¡Atención, atención! Deben abandonar su casa. Tienen quince minutos para recoger sus per­tenencias”. Esto han ­oído hasta hoy en la isla de La Palma miles de familias antes de que la lava del Cumbre Vieja engullera sus hogares. Pero, en un cuarto de hora, ¿qué se puede salvar de una casa?

Quince minutos para abandonar sus casas

En la precipitación, no se sabe por dónde empezar. No se pueden salvar paredes ni muebles; ni siquiera el propio terreno, cosa que se puede recuperar tras un terremoto. Aquello que se puede rescatar son algunos efectos personales, y lo fundamental: los recuerdos asociados a un hogar de tantos años. En estas circunstancias, el dolor del desalojo, y la pena que le sigue, son inmensos e irreparables. Para algunos es algo tan insoportable, tan un sinvivir, que preferirían morirse. Los trastornos psicológicos no han cesado de crecer en la población de la isla. Los niños ya apenas hablan en las escuelas.

Los trastornos psicológicos no han cesado de crecer en la población de La Palma

¿Qué merece la pena que nos llevemos de una casa que se da ya por perdida? Desde luego, las personas y los animales de compañía. Pero ¿qué viene después? Unos dirán que el dinero y las joyas. Otros, los documentos esenciales. También se tomará calzado y ropa de abrigo. Y ciertos objetos de valor, siquiera personal, como las fotografías. Tampoco nos olvidaremos del teléfono móvil y del ordenador. Ni de algún libro con el que crecimos. Aunque, ¿hay tiempo para recoger todo ello en quince minutos?

Lo cual nos lleva a cuestionar la importancia de lo que poseemos y a preguntarnos, en fin, por el tener mismo. ¿Qué es tener? ¿Cuánto vale eso? Cuando nos marchemos de este mundo, no le seguirá al coche funerario un camión de mudanzas, ningún carrito de la compra, ningún maletín con objetos queridos. Toda propiedad habrá que dejarla en la tierra. Pero todo lo que en realidad poseemos lo llevamos siempre con nosotros y en verdad somos nosotros mismos. “Omnia mea mecum porto”, leemos en la carta 9 de Séneca a Lucilio. Asociamos, mientras, los recuerdos a un hogar, cuando este debería ser el mundo y los recuerdos, aquellas joyas que solo se guardan en el corazón.

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