Retrato de Juanita Rosas: la costarricense de 102 años que ha superado los peligros del último siglo | La Nación

Juanita Rosas Fernández nació en julio de 1918 cuando el mundo aún sufría por la Primera Guerra Mundial. En aquella época, llegó en un barco August Claudel, quien años después se convirtió en su suegro. Él huía de su país, Francia. En Costa Rica encontró su hogar. Son recuerdos que las nuevas generaciones imaginamos en blanco y negro.

Juanita empezaba a caminar por las tierras de Turrialba cuando la gripe española (1918-1920), una de las pandemias más grandes del siglo XX, comenzó a azotar al mundo. Solo en Costa Rica se registraron unas 2.300 pérdidas humanas, pero se estima que, según conversó con su hijo Eddy Claudel Rosas, que los fallecidos fueron muchos más.

Ni Juanita ni los suyos se vieron afectados por la letal influenza que habría acabado con unos 50 millones de personas en el mundo y de la que se habrían contagiado otros 500 millones de seres humanos. Cree que vivir en zona rural fue un factor protector.

Hoy Juanita tiene 102 años y vive en Cartago. Su hijo Eddy, de 59, cree que la esencia de la longevidad de su madre tiene que ver con la fuerza interior con la que ha vivido siempre. Su fortaleza la ha acompañado desde que se inician sus memorias, aún cuando el mundo ha vivido algunos de sus momentos más dolorosos.

Tenía 21 años cuando en el orbe estalló la Segunda Guerra Mundial. Esta mujer de voz suave y sonrisa frecuente fue testigo del dolor y la carencia de aquellos largos años por los que se extendió el conflicto bélico, por más que siempre ha destacado lo bueno y positivo de la vida, en las historias que les ha contado a sus hijos y nietos siempre fue muy clara en que lo que se vivió fue muy doloroso.

Entre lo que recuerda dice que dejaron de ingresar enseres de Inglaterra. Cuenta que ella y las mujeres de aquella época tenían que utilizar la manta de los sacos de harina para vestirse. Luego de dejar aquel tejido impoluto se confeccionaba su propia ropa interior.

“Fue una época de mucha carencia y dolor”, ha recordado a lo largo de sus almanaques.

A su mente también llegan los momentos que se vivieron durante la Revolución de 1948.

“En medio de la revolución, por ejemplo, hubo personas partidarias de don José Figueres que cuando iban a los pueblos rurales querían imponer su ley. Algunos campesinos se escondían.

"Una amiga de ella se pasaba para torear a los no figueristas cantando el corrido de don Pepe. Esa señora desde ese balcón se pasaba todas las tardes cantando el corrido. Ella decía que era para chimarlos”, le contó doña Juanita a su hijo Eddy. Juanita no sentía temor.

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El 5 de julio pasado doña Juanita cumplió 102 años. Sus cumpleaños siempre son todo un acontecimiento, este 2020 no fue la excepción, sin embargo, las circunstancias actuales obligaron a su familia a festejar a su matriarca de la manera más modesta. Un queque y la compañía de algunos de sus hijos fueron parte del ágape.

Esta señora se enfrenta por cuarta ocasión en su vida a un hecho que podría ser fatal. El coronavirus que tantos estragos ha causado en el mundo y que está en Costa Rica desde hace seis meses hizo que los hijos de esta señora la resguardaran con todas las medidas de seguridad para evitar el contagio del virus que es tan peligrosos para los adultos mayores.

Al inicio, cuando sus familiares, en una cantidad mínima, llegaban a su casa usando careta o mascarilla, ella pensó que quien estaba enferma era ella. Su nieto Ariel, uno de sus parientes más cercanos le explicó que hay un virus mortal y que para evitar contagiarse las personas usan protección. Luego vio las noticias y supo del coronavirus.

“Veo que todos se cubren la boca y la cara por esta gripe. Siempre había rubeola, sarampión y paperas cuando yo estaba joven y cuando criaba a mi hijos”, dice Juanita, recordando otros brotes que en su momento la preocuparon. Ella enfatiza en cuidarse mucho, sobre todo en estos días. Relaciona “esta gripe” con algo muy malo. Un martes de agosto conversamos por videollamada y, por la dificultad de la señal, su hijo Eddy ayudó a realizarle algunas preguntas para saber cómo es su actualidad.

Retrato de Juanita Rosas: la costarricense de 102 años que ha superado los peligros del último siglo | La Nación

Juanita dice sentirse bien. La compañía de sus hijos (vive con dos: Eddy y Dinorath, ella de 80 años; y su hija menor Damaris llega a ayudarla a bañarse), las llamadas con sus familiares y el recuerdo de sus padres Rafaela y Jesús, figuras influyentes en su vida, la llenan de alegría todos los días.

“Ahora salgo poco (generalmente disfrutaba visitando la Basílica de Los Ángeles). Pero no me hace falta salir. En la casa me siento bien. Descanso, me alimento, veo los muñecos y animales en la televisión. También oigo las rancheras en la tarde”, agrega Juanita, quien reza todos los días por la salud de sus hijos, de sus nietos y para que Dios “nos perdone las faltas que hemos cometido”.

“Todos debemos rezar para alcanzar el perdón de Dios”, musita.

Tampoco extraña mucho el exterior porque su hijo Eddy se encargó, durante 30 años, de llevarla a pasear todos los domingos. Dejaron de ir porque ella empezó a agotarse.

Juanita está confinada en su casa porque sus familiares son conscientes del peligro del coronavirus. Cuando más extraña a sus bisnietos Sofía y Alejandro, la familia se los comunica por videollamada o incluso, la llegan a saludar por la ventana. Su seguridad es esencial.

Juanita es una mujer saludable. Y camina con ayuda de una andadera. Sus hijos la apoyan a diario no porque ella no tenga las facultades, sino para protegerla de alguna caída.

Ella está blindada. Los hijos que la visitan lo hacen sin pasar antes por algún otro lugar. Las compras se dejan en el corredor de la casa. Cada abarrote se lava antes de ingresar al hogar que habita Juanita.

Doña Juanita siempre ha sido optimista y determinada. En 1941, en media Guerra Mundial, Juanita se enamoró y se casó con Rodrigo Claudel, un hombre dedicado a la tierra. Ella tenía casi 23 años, a esa edad, en aquel tiempo le decían “que la había dejado el tren”. Siempre se rigió en su independencia y contrajo matrimonio cuando lo creyó mejor. Estuvo casada casi 60 años. Enviudó en el 2000.

De su boda tiene los mejores recuerdos. Su padre don Jesús Rosas y su suegro August Claudel (quien llegó de Francia), ambos dueños de fincas cafetaleras, les organizaron fiestas. Una el 5 de enero y otra el 6. Todavía sonríe recordando aquellos días en los que el amor fue celebrado. Doña Juanita tuvo ocho hijos. Le sobreviven seis. Su hija menor, Damaris, nació cuando Juanita tenía 46 años.

Su hijo Eddy resalta que su mamá le ha contado, y él ha invetigado por su lado, que en aquellos años era muy común que mujeres cerca de los 50 años tuvieron bebés.

Doña Juanita tiene 15 nietos, 17 bisnietos y un tataranieto. Una familia con la que no sabe cuándo se podrá reunir, pero por ahora, la salud es prioridad. El cariño puede llegar mediante llamada.

Ella pasa los días en su casa nueva en Cartago; en un rincón de la vivienda, su hijo Eddy atesora una antigua máquina de coser. Con ella doña Juanita confeccionaba la ropa de sus ocho hijos cuando eran niños,

En aquel entonces ellos vivían en una finca en esa misma provincia, en donde la mamá procuró que sus chicos se criaran sanos, solidarios (siempre compartían con quienes menos tenían) y estudiosos.

“Mi mamá no estudió. Es auténtica y legítimamente campesina. No solo se dedicaba a oficios domésticos. Yo nací en la finca. Recuerdo que en casa había una vaca. Había una cantidad monumental de gallinas. Era por allá de 1965.

“Ella era un ama de casa que cuidaba gallinas, patos y chompipes. Nos cosía ropa a todos. Recuerdo una gran calidad de alimentación. Ella criaba sus aves y sus cerdos. Producía el queso. En aquel tiempo se hacía trueque, se cambiaba tapa de dulce por huevos. Había mucha más independencia que la de hoy. Era la mujer que construyó su libertad en la sociedad machista. A sus 102 años está llena de deseos de vivir y energía por ese espíritu libertario”, asegura Eddy. Él es consultor en administración de empresas. Desde que empezó la pandemia, él trasladó su oficina al hogar. Ella ya se acostumbró a compartir todo el día con él.

En el transcurso del día, doña Juanita encuentra el momento para conversar con su hijo. Por lo general ella disfruta contándole lo bien que la pasaba en los bailes. Recuerda a sus amigas de juventud Ángela y Esperanza. Y con cariño especial rememora los momentos junto a sus hermanos Alfredo, Juan Luis, Hernán, Esther, Jorge y Claudia. A la última la recuerda especialmente por su alegría y cantos de siempre cuando ambas eran niñas y crecieron en un entorno de café, caña de azúcar y el ferrocarril.

En las memorias de esta mujer centenaria destacan sus padres. De ellos heredó la dulzura, la fuerza y la religiosidad. Esta señora de amable trato pero de temperamento fuerte, continúa siendo la jefa del hogar. La reina de la casa.

Entre sus bienes más queridos está una imagen de San Antonio que le regaló su mamá cuando Juanita hizo la primera comunión. También conserva un San Isidro que su suegra le heredó cuando se hizo evangélica. La señora se lo envió para que Juanita se encargara de orarle. Ambas imágenes tienen más de cien años.

Juanita también siente especial cariño, en este caso manteniendo su vanidad, por un vestido blanco y de unos zapatos de cuero beige. Son atuendos que no usa hace meses porque se mantiene en casa.

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Juanita se entretiene viendo Discovery Kids, su programa favorito es 44 gatos. También le gustaba el Chavo del Ocho, pero hace poco salió de programación. Su hijo Eddy eleva una queja: no es posible que en la televisión nacional no haya programación especial para personas de la cuarta edad (etapa a partir de los 80 años).

Hace pocos años Juanita dejó de cocinar y de comer lo mismo que sus hijos. Ella ahora disfruta de purés de plátano, papa y camote. También le gustan los huevos y no le puede faltar el aguadulce. A esta dieta le suman suplementos alimenticios. Pero más allá de la alimentación o del cariño del que vive rodeada, la clave de su vitalidad viene desde el interior: vive feliz y sin temerle ni un segundo a la muerte.

“Ella habla conmigo, no le tiene miedo a la muerte. Cuando uno cree que hay mejor vida no le tenemos miedo a la muerte. Ella no vive pensando en si no amanece. Vive intensamente y no porque piense que este será su último día, vive pensando que cada día es un nuevo amanecer”, interviene su hijo Eddy, quien dice que su mamá pocas veces se siente sola. A ella le gusta la compañía y tiene un sentimiento especial por los niños.

Juanita Rosas Fernández tenía 80 años cuando nació su nieto Ariel Figueroa Claudel, hijo de Damaris, quien trabaja en educación; como su mamá y hermana vivían cerca, le apoyaron cuidando al niño cuando salía de clases.

Para Ariel, hoy de 22 años y graduado como periodista, esa cercanía con su abuelita y su tía Dinorath han sido de lo más valioso de su joven vida.

“Con mi abuelita tengo un vínculo maternal. Después de clases, desde el kínder y hasta el colegio, llegaba a la casa de ella y de mi tía a almorzar y me quedaba con ellas. A mi abuela la quiero como si fuera mi mamá. Es el mismo amor que siento por mi mamá y por mi tía”, cuenta Ariel.

Ariel dice que al igual que su familia, él se ha preocupado por resguardar a doña Juanita. Prefieren no abrumarla con el tema del coronavirus.

“Siento que es importante cuidar la parte mental de ella. Si a uno le choca todo lo relacionado con la pandemia, a ella le puede chocar más.

Por ese lado nos tocó a mi hermana y a mí hacerla entender que los enfermos son otros y no ella. Que lo que queremos más bien es protegerla de lo que vivimos”, agrega Ariel.

El muchacho, quien también estudia producción audiovisual y colaboró con las fotos que acompañan este texto, guarda gratos recuerdos junto a su abuela y tras 22 años junto a ella, no deja de sorprenderse con sus relatos.

“Me impresiona que mi abuela haya pasado por todo ese montón de cosas. Varias gripes, brotes de cosas extrañas, todo ese cambio social que hubo en el país, porque esta Costa Rica es lejana a la que había en su juventud. También me impresiona que haya llegado a esta edad. Ella está muy enterita. Me acuerdo que con noventa y pico de años a ella le molestaba que le dieran la andadera. Ella no quería. Le estorbaba. Lavaba hasta ropa. Ya cuando mi tío la observaba sí la usaba”.

Ariel recuerda las tardes en las que luego de almorzar se acostaban juntos a escuchar el programa Escuela para todos. A veces una sola palabra hacía que doña Juanita reviviera algún episodio de su vida, principalmente de la juventud, cuando le fascinaba asistir a bailes. Todas esas anécdotas están claras en la mente de Ariel.

“Otra historia que contaba como suya era la historia de cómo su suegro dejó Francia durante la Primera Guerra Mundial. Él llegó con sus hermanos pero ellos quedaron esparcidos en Centroamérica. Ella hizo esa anécdota suya”, dice.

En estos seis meses de pandemia, Ariel ha visto a su abuela unas cinco veces. Él evita salir de su casa y por supuesto, llegar a la de ella para así resguardarla del virus. Eso sí, cuando Ariel llega, la mirada de Juanita se enciende como las lucecitas de Navidad que tanto les gustan a los dos. Ella lo tiene muy presente.

Ariel ve a su abuela como un tesoro y agradece saber que está bien. Como parte de una nueva generación, aconseja a las personas jóvenes valorar a los adultos mayores, y extremar sus cuidados en estos tiempos.

“Hay que cuidarlos mucho. Darles el amor que se merecen y retribuir lo que nos han dado. En mi caso, siento que desde pequeñito se lo he devuelto a mi abuela”, añadió.

El miércoles 2 de setiembre, cuando Ariel visitó a su abuela para tomarle fotos, ella lo recibió con la dulzura de siempre. Esta vez no se asombró de que él llevara puesto el tapabocas, o bozal, como ella le llama a las mascarillas en broma. Juanita entiende que en tiempos de pandemia esos accesorios son parte de una nueva normalidad, esa de la que el mundo se sobrepondrá, opina quien ha pasado, como pocas, por diversas emergencias mundiales como la que vivimos hoy.