Video: El barrio de Bucaramanga que muere al paso de profundas grietas

Las grietas atravesaron las casas. Luego, una ola de miedo cruzó por 17 viviendas, salpicándolo todo, hasta que se fue a chocar entre remolinos de angustia contra los ladrillos y el cemento derrotados en el suelo de la tierra amarillenta y débil. Bajo un sol que no para de acorralar, mientras el viento sopla alrededor, trepado entre las ruinas de las casas, al borde del abismo, se pueden ver en el horizonte las montañas que superan el sector de Chimitá, en una vista particularmente hermosa, pero al bajar la cabeza, sobre los escombros de los hogares, la mirada se opaca, late entonces un llanto y todo se apaga, como la boca oscura de un lobo hambriento.

Como si alguien hubiera dejado abiertas las puertas del infierno, la fiebre que provocó el miedo de morir sepultado aleteó entre los niños, sus madres, los adultos mayores y los vecinos, que cargan a cuestas un particular purgatorio. La tranquilidad, igual que la tierra arrasada en el barrio Antonio Nariño de Bucaramanga, se volvió a quebrar desde hace dos meses. El espanto de una nueva tragedia corrió de boca en boca por las casas de la calle 20 con carrera segunda, en el occidente de la ciudad. A ellos, las familias de este sector, el suplicio del recuerdo de desastres naturales, de casas derrumbadas años atrás, de todo el trabajo de una vida desplomado en segundos, los dejó sin aire y les causó ese dolor que solo deja la punzada repentina de una antigua herida.

Las grietas en la tierra y las paredes fueron alargándose paulatinamente desde noviembre pasado, cuando volvió el ruido espantoso de los intestinos arenosos del barrio Antonio Nariño, como torcedura de tripas hambrientas, incapaces de estar tranquilas por años. Vieja comuna de antaño, azotada a ratos por vientos de violencia y consumo de drogas que dejaron algunos muertos, pero que a las malas se acostumbró al drama de que sus habitantes pierdan el patrimonio de toda una vida en un alud descontrolado, suelo que con el tiempo se sigue arruinando por ese cáncer de la erosión.

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- Oiga, yo veo que eso como que se está hundiendo...

Así se lo dijo una tarde calurosa a su hijo, hace dos meses, Rosmira Meza, quien desde hace más de 20 años reside en este popular sector pegado a la escarpa occidente de Bucaramanga, en una humilde casa arriba de un barranco de no menos de 12 metros de altura, que como migajas de galletas blancas se desmoronan poco a poco en pedazos. No se equivoquen. Cuando ella llegó a este barrio y se levantó su casa, su patio colindaba con una calle y casas pegadas al fondo. Pero en más de dos décadas, esa vía y las casas desaparecieron en el fondo agrio del barranco, que se desmorona silencioso.