Fue a tirar la basura y nunca volvió: la misteriosa desaparición de Mónica Berti

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No era Mónica Berti.

Después de tres años de esperar alguna señal suya o un avance determinante en la investigación que lleva adelante el departamento de Personas Ausentes del Ministerio del Interior, la familia y la mejor amiga de Mónica, Adriana Ocampo, organizaron el viernes pasado una movilización para que el caso no quede en el olvido. Fue en la esquina de su casa, en Belvedere, cerca del sitio donde la vieron por última vez, el mediodía del 6 de diciembre de 2018.

Unas cien personas están agrupadas alrededor de un cartel con su rostro impreso y reparten volantes entre los autos que pasan por la calle Garzón. La madre sostiene una fotografía con las dos manos apoyadas en el pecho. Reina el silencio.

Aquí está la última persona que la vio, una vecina que aún recuerda que Mónica vestía un pantalón claro y “no llevaba ni cartera”. Se dirigía por Islas Canarias hacia Garzón, posiblemente después de dejar la basura en el contenedor de la esquina. La saludó al pasar, como hacía cada mañana cuando repetía la misma rutina: acompañaba a su hijo (que hoy tiene 15 años) a la parada del ómnibus, después sacaba la basura. Y volvía a su casa.

A pocos metros de donde reclaman por su ausencia, en una casa que huele a tilo y jazmines, creció Mónica Berti. Sus vecinos, que la conocen “de toda una vida”, la describen como una mujer “tranquila”, “dulce”, “de pocas palabras”. Solían verla acompañada de sus hermanos, su vecina y amiga Adriana, y con su hijo. “En esta calle aprendimos a caminar y a andar en bicicleta. Cuando no nos dejaban salir, nos comunicábamos por el fondo. Le bastaba con gritar mi nombre desde dentro de su casa, que yo la escuchaba. Ella me lo contaba todo. Todavía me parece oírla, ‘Adri, Adri’, me llamaba, y yo venía”, cuenta su amiga.

En la planta baja de la casa viven sus padres, en la alta Mónica; allí había vuelto tras la separación con su marido unos cinco años atrás. Donde ahora está el garaje antes había un almacén. En la adolescencia Mónica ayudaba a atenderlo.

Luego estudió psicología y economía, pero terminó recibiéndose de profesora de piano y de inglés, aunque no ejercía con frecuencia. Su trabajo más largo fue en la recepción de una imponente torre de apartamentos en el Buceo. Por esa época se casó y tuvo un hijo. Estaba separada, pero sus allegados dicen que ella seguía confiada en recomponer la relación.

Enterarse de que su ex tenía una nueva pareja, sumado a alguna otra situación que no se describe en profundidad, la habrían llevado a pasar por un período depresivo que según su familia ya estaba superado al momento de su desaparición. Seguía tomando la medicación, aseguran.

En esa fecha, el único acontecimiento importante que podría haberla afectado fue el fallecimiento de su abuela, a quien Mónica cuidaba asiduamente. Era como su madre, dicen en la familia. La abuela murió el 4 de diciembre de 2018. Al día siguiente, Mónica estuvo en la casa de sus padres, vio a sus dos hermanos e incluso, después, conversó con Adriana. Estaba afligida, “pero nada fuera de lo esperable”, señala la amiga. Esa noche, el hijo durmió en la casa del padre.

Mónica salía poco, por eso a su familia le asombró no encontrarla en la casa al día siguiente: el 6 de diciembre. La puerta estaba sin la cerradura. Sobre la mesa del comedor encontraron su billetera con los documentos, el celular y las cuentas que debía pagar más tarde. No faltaba nada, ni siquiera su ropa: ni una sola prenda.

Hicieron la denuncia.

Crónica de una búsqueda.

La casa de Mónica se conserva exactamente como la dejó. En el living están sus diplomas, una artesanía de su hijo por algún Día de la Madre, fotos del niño y de una sobrina. “El que conoció a mi hermana como la conocí yo no puede seguir pensando que decidió desaparecer. Ese argumento me lo repetí durante un tiempo, pero ya no. Es imposible”, dice su hermano Martín. El entorno cercano a Mónica también descarta la hipótesis de que haya sido capaz de idear un plan para irse sin dejar rastro.

En los últimos tiempos Mónica había trabajado en un reparto de escolares con el mayor de los hermanos, pero no contaba con ingresos ni ahorros para viajar, ni mantenerse económicamente lejos de su familia por tanto tiempo. “Siempre fue una persona sencilla, transparente, extremadamente familiera. Ella vivía para su hijo y para los demás, jamás habría hecho algo así por su voluntad”, insiste Martín.

A los 46 años, Mónica tenía pocas amistades y carecía de una vida social activa que le permitiera hacer contactos de otro tipo. Nadie sabe de quién sospechar y al mismo tiempo sospechan de todos y de todo. ¿Trata? ¿Una secta? ¿Algún amigo en el extranjero?, plantea la familia.

Según comprobó El País, las fichas de las personas que fueron interrogadas por el departamento de Personas Ausentes suman 40 carillas: son decenas. Incluso una vecina prestó declaración este año para brindar una teoría, pero no se llegó a ninguna pista concreta.

Hubo un hombre que resultó sospechoso, que surgió de la pericia realizada a su computadora. Un amigo de Facebook con quien se habría escrito en algún momento y él le habría enviado una comunicación “fuera de lugar”. Fuentes de la investigación relatan que “le dieron vuelta el auto y la casa”. Hasta la basura le revisaron. Hasta la comida en la heladera.

Se hicieron más allanamientos. Se investigó a todo su entorno, incluso familiar, buscando perfiles violentos. Se revisaron sus redes sociales y los comentarios que surgieron en distintas publicaciones de Internet relacionadas al caso. Se tomó el ADN de sus padres para compararlo con el de cuerpos sin identificar.

Pero nada. Todavía.

“Es rarísimo el caso, por la edad, por el perfil de la persona, porque quedó todo en su casa”, reconoce Miguel Pereira, el encargado de Personas Ausentes desde enero pasado. El departamento lidia con un récord de denuncias, con 4.200 en lo que va de 2021, un promedio de 12 por día que ahora, a fines de año, está trepando hasta 20 o 30 por jornada. Del total de ausencias, más del 98% se resuelven, y pronto. El 1% o menos tienen un final fatal, como el del joven Lucas Zanolli.

El caso Berti es uno de los 340 que siguen abiertos, de un total de 26.900 denuncias recibidas desde 2004. El de Berti es uno de esos en los que todavía “no se pudo cerrar el círculo”, dice Pereira. Explica que cada día se realiza “un filtro” de las personas que aún no han aparecido y “se siguen rutinas en busca de nuevos elementos”. A su vez, periódicamente los datos de Mónica Berti y los de los otros 300 ausentes se buscan en redes sociales, se envían a centros de salud de todo el país y se chequea entre las novedades policiales —accidentes de tránsitos, cuerpos hallados— por si surge algún dato. Dice Pereira que de esta forma en 2021 se lograron cerrar varios casos de años anteriores.

Fue a tirar la basura y nunca volvió: la misteriosa desaparición de Mónica Berti

A nivel internacional se emitió una notificación amarilla. Con esta medida, siempre y cuando todo funcione como debería, si Mónica Berti presenta sus documentos o registra huellas en algún lugar del mundo, Interpol recibirá el aviso.

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Familias desconformes, y crecimiento del delito de extorsión hacia allegados de personas ausentes

La ausencia reiterada de mujeres jóvenes, muchas de ellas menores de edad, y la desesperación de sus familias ante un acceso a la Justicia con el que no están conformes, motivó la conformación cinco años atrás del colectivo “¿Dónde están nuestras gurisas?”. El primer paso fue generar una guía para presentar la denuncia, antes de que existiera el protocolo que creó el Ministerio del Interior y publicó en junio pasado. María Zino, una de las integrantes del grupo, explica que en este tiempo han realizado denuncias tanto a la Institución Nacional de Derechos Humanos como a la Fiscalía, reclamando falta de agudeza en la búsqueda. A su modo de ver, pierden fuerza los casos asociados al consumo de drogas y a veces se carga a la familia con la responsabilidad de conseguir la prueba, “lo que termina con madres y padres metiéndose en lugares peligrosos”. Entre otras cosas, viven de cerca otro delito asociado a la desaparición de personas. La alta exposición en las redes sociales está generando delitos de extorsión cada vez más frecuentes. Simulan un falso secuestro, o dicen estar con el ausente y ofrecerse a comprarle un pasaje. El departamento de Personas ausentes identificó llamadas desde México, Chile, Bolivia y de Uruguay.

“El caso Berti siempre se está investigando”, resume Pereira y muestra una abultada carpeta de plástico azul, con una foto impresa de Mónica en la portada: los elásticos apenas llegan a cerrarse. Desde Fiscalía confirman que la fiscal de flagrancia Ana Vallverdú actualmente está a cargo de la investigación. Otras tareas le habrían impedido participar de este informe, pero según transmitió la pesquisa sigue llevándose a cabo.

Aunque las investigaciones de las personas ausentes no se archivan, los familiares y amigos de Berti temen que en los hechos esto haya sucedido. Reclaman haber perdido contacto con los investigadores del caso —que cambiaron tanto en el departamento policial como en la Fiscalía— y no acceder a la información que manejan bajo el argumento de que está reservada. Insisten en que su percepción es que durante los primeros días “la investigación no fue tan aguda cómo se debía”.

Por ejemplo, dice Martín, cuando la familia sugirió pedir la grabación de una cámara ubicada en la calle Garzón, perteneciente al departamento de Tránsito de la Intendencia de Montevideo, ya habían pasado más de 15 días y la comuna había borrado el material. “Hemos pasado por varias etapas, ahora estamos exigiendo a las autoridades que realmente se dediquen a buscarla”, dice Adriana.

Tras la difusión del encuentro del viernes pasado, la foto de Mónica volvió a la prensa, a las redes sociales y a las páginas no oficiales de personas que desaparecen en Uruguay. Así, en su entorno sienten que todo volvió a empezar. Volvieron las hipótesis de comentaristas en las redes, los mensajes de desconocidos con fotos tomadas a personas que podrían ser ella. Volvieron las llamadas de los videntes.

Tres años atrás, los hermanos de Mónica recorrieron todos los sitios importantes para ella y siguieron las pistas que les hacían llegar. Realizaron un rastrillaje con perros entrenados para buscar personas con vida, consultaron a un vidente y estuvieron a punto de contratar a un detective privado. Durante meses dejaron sus trabajos para buscarla, iban día por medio a Interpol, hasta que el tiempo fue diluyendo la esperanza. El misterio sigue. Ahora se preguntan qué más podrían hacer.

La ayuda de los civiles.

“Soy como Clark Kent, porque ni mis hijos ni mi marido saben lo que yo hago”, dice María José Romano, administradora junto a Pedro Gustavo Ponce del grupo de Facebook Personas desaparecidas en Uruguay, que tiene más de 30.000 miembros. No es el único: en redes sociales también se pueden encontrar otras páginas similares.

Ese grupo se creó cinco años atrás a raíz de la desaparición de la adolescente Milagros Cuello, de quien luego se supo que era víctima de explotación sexual. Este caso también está en el origen de la creación del colectivo “¿Dónde están nuestras gurisas?”, que se concentra en la incidencia de redes de trata en la desaparición de mujeres jóvenes.

“Lo que hacemos es para difundir la foto y la información de la persona ausente”, explica Romano. “Cuando la recibimos, llamamos a las familias porque ya nos sucedió que hubo mujeres que se habían ido porque eran víctimas de violencia y el que las buscaba era la pareja violenta. Tenemos dos moderadoras que leen todos los comentarios y, cuando nos llega alguna pista que nos parece bastante firme, la pasamos a las familias”, dice.

Vinculados a esta comunidad, hay videntes y también la unidad K-SAR, que de forma honoraria ofrece perros entrenados para hacer rastrillaje en busca de personas con vida. El entrenador Eduardo Silva tiene tres perros preparados y una de ellas, la pitbull Huma, colaboró en el caso de Mónica Berti. Como siguiente paso, Silva se propone adiestrar a un cachorro para buscar restos humanos. El proyecto quiere profesionalizarse y está en proceso de ser incorporado dentro de los planes de acción de la Cruz Roja de Uruguay.

De estas acciones desarrolladas por civiles está al tanto el encargado de Personas Ausentes, Pereira. De forma permanente recibe en su celular las fotografías que suben los grupos de difusión de personas desaparecidas. Así comprueba si esas denuncias fueron hechas en alguna comisaría o jefatura, en Interpol o en la Fiscalía. Algunas veces no sucede, porque hay personas que se confunden y creen que el grupo de Facebook es la web oficial del departamento, plantea.

Actualizar la página web y la presentación de las personas desaparecidas figura entre los múltiples planes que Pereira tiene para el departamento. Define su importancia describiéndolo como “el corazón” en el que confluyen diversos tipos de delitos. Él, que viene de investigar casos de trata, tráfico y narcotráfico, asegura que resolver una ausencia compleja como la de Mónica Berti “es mucho más difícil” que los otros casos: es como buscar una aguja en un pajar.

La sombra de las películas.

En el despacho de Pereira se ven decenas de carpetas, biblioratos y cajas. Cada una lleva un nombre y una fotografía de personas que a esta altura al resto de los uruguayos nos resultan conocidas. Al menos 12 contienen la investigación de Ignacio Susaeta (desaparecido en 2015), otras tantas la de Milagros Cuello (que logró tres condenas, pero aún no aclaró la desaparición), hay una caja del caso Mónica Rivero (la contadora que estuvo prófuga y que cumple condena por estafa) y otra de Cristina Jones (ya resuelto).

Dos pisos más arriba, trabajan los 10 investigadores del departamento: mitad hombres y mitad mujeres, todos jóvenes; elegidos especialmente por Pereira priorizando “su calidad como personas”, “su capacidad de empatizar con las familias de los ausentes” y por su “inteligencia”. En esa oficina, hay más expedientes dentro de muebles y más muebles.

Son 10 para todo el país, además de Pereira (se abrió llamado para incorporar a dos psicólogos más), pero caso a caso se trabaja en coordinación con comisarías y jefaturas, o ellos se desplazan hacia otros departamentos, y al identificar delitos más complejos asociados se suman otros departamentos especializados, explica Pereira. Esto se hace bajo la supervisión de la Fiscalía, que activa el protocolo de acción que se publicó en junio pasado.

Sin embargo, parecen ser muy pocos para investigar 4.000 denuncias por año. ¿Por qué aumentan las denuncias por ausencia? Fuentes del ministerio indican que por un lado se rompió el mito de que había que esperar 24 o 48 horas, y por otro que la visibilidad del fenómeno en los medios estaría generando que se denuncie de forma inmediata. Este comportamiento, aunque es bueno, también es problemático. En este sentido, con el protocolo se pretende afinar cuándo una ausencia es una ausencia.

Entre las personas que desaparecen, el 40% son menores de edad; mitad hombre y mitad mujeres. “En general los ubicamos rápido”, indica Pereira. En 2021, de 4.200 denuncias recibidas, 174 siguen abiertas, de las cuales 90 son menores que tuvieron una salida no autorizada de algún centro del INAU. ¿Hay algún rasgo que se repita entre los buscados? “La adicción a la pasta base. Muchas veces los encontramos y luego vuelven a desaparecer”, indica Pereira. Otra fuente dice que, si antes los terminaban encontrando “con un noviecito”, “ahora parecen mutilados en una boca”.

Ximena Hernández, una de las investigadoras que además es psicóloga, opina que la principal herramienta para destrabar estos casos es la confianza. “Las familias y los allegados tienen que ser honestas en la información que nos dan”, dice. “Tienen que saber que cualquier detalle, aunque les parezca insignificante, muchas veces es la pieza fundamental para encontrar a la persona”, insiste la agente.

Cuando se encuentran, hay gente que no sabía que estaba siendo buscada o que no quiere retomar el vínculo con su familia; en ese caso se deben presentar ante una dependencia policial para identificarse. Otras veces —muchas— las ausencias están relacionadas a otros delitos como violencia doméstica, abuso o trata, que se deriva a una fiscalía especializada.

¿Y los que siguen sin aparecer? “El problema es que tenemos fronteras muy fáciles de cruzar”, dice Pereira. Investigadores consultados advirtieron que en Uruguay es “fácil” conseguir documentos falsos, lo que podría estar detrás de varias ausencias voluntarias y sobre todo de las forzadas. “Es muy complejo. Esto no es como muestran las películas”, insiste el encargado.

Pero no es tan así.

Como los personajes que vemos en las series de detectives, su equipo trabaja fuera de hora y sin importar el día que les toque. Los celulares suenan en la madrugada. “Sabemos que un minuto más podría cambiar el destino del ausente”, dice Hernández.

Algunos sueñan. Sueñan con los cuerpos que desentierran, sueñan con casos que no lograron cerrar, sueñan con personas desaparecidas que les piden ayuda, sueñan que ellos van a desaparecer. Así lo explica la psicóloga: “Lo que pasa es que de un día para el otro te llega un nombre y una foto. Hasta ese instante a esa persona vos no la conocías, pero en unas horas sabés qué le estaba pasando, qué ocultaba, por qué sufría. Te metés en su vida y, si no aparece, es difícil salir”.

Mónica Berti, dicen, es uno de esos nombres que los persiguen.

la otra ayuda

El rol de los detectives privados y los videntes

Desde la empresa de investigación EyF, estiman que por trimestre reciben entre siete y ocho consultas por personas desaparecidas. “Buscan a familiares o amigos que están ausentes, algunos de forma reciente, otros de años”, cuenta un investigador. “Si el caso es actual es más simple, por las tarjetas, huellas o antena del celular se puede ubicar”. En tanto, desde la firma Detective Jack señalan que su trabajo es complementario al de la Policía. “Nosotros podemos hacer inteligencia de fuentes abiertas”, dice, refiriéndose a que recogen nuevos testimonios o vuelven a visitar a algunos posibles testigos. “Muchas veces hay resistencia a hablar con policías pero no con nosotros”. La gran diferencia, plantea, es que los agentes “necesitan reunir evidencia” y el detective privado “información”. Luego, en paralelo, está el trabajo de los videntes, que suele ser honorario. Una fuente dice que usa la cartas y que los casos les llegan por las familias o ella misma busca por su propia iniciativa. Marcelo Acquistapace, en tanto, suele ser localizado también por policías: desde hace 31 años lo llaman, indica. “Lo que yo visualice tiene que tener una sustitución desde el punto de vista científico para poder corroborarlo”, advierte. Elige los casos. Pide el nombre completo del ausente, la fecha de nacimiento, una foto impresa, una prenda que únicamente haya sido usada por la persona, circunstancias y lugar donde fue visto por última vez. “Cuando tomo contacto con esos elementos, genero una metodología de trabajo que me permite enviar una señal y, si la persona está viva, esta vuelve a mí. Si estamos vivos, nosotros emitimos información a través de los sentidos”, dice. Así percibe lo que el buscado ve, oye, huele. “Si la persona está fallecida, me doy cuenta porque siento que esta señal rebota. No hay nadie”.