En busca de la copa perfecta • LADO B

Elena Salamanca *

La manera de modelar y estandarizar el cuerpo, que sea exótico o raro ser copa DD, es también discriminación y violencia de género. Y es también un horror del capitalismo que una mujer con cuerpo exuberante no pueda encontrar un brassier de su talla en cualquier tienda, y si lo encuentra, cueste como casi un salario mínimo.

Mi brassier es copa DD. Doble De. Una copa DD 32 quiere decir que el contorno de mi busto mide 95 centímetros, es decir que me pasé por 5 centímetros de la perfección de Miss Universo (90-60-90) y que al tener 95 centímetros de busto y medir apenas 1.50 me convierto más bien en una mujer imperfecta.

Esto lo sabe el mercado. Pero no las mujeres con busto de talla copa Doble D, ni siquiera saben que son DD o que esa talla exista. Yo, por ejemplo, lo supe hasta hace pocos años, cuando viví por primera vez en México.

Esa vez le pregunté a doña Julia, la señora que limpiaba el apartamento donde yo vivía, adónde podía encontrar un sastre o una costurera.

—¿Para qué?

—Necesito que me cosa un brassier

—¿Usted se manda a hacer sus brassieres?

—No, quiero que le corte a uno nuevo, en la espalda, y me lo vuelva a coser, siempre me quedan flojísimos de la espalda.

—¿Qué talla es usted?

—38.

Doña Julia dejó salir una risita, yo me sentí un poco mal.

—Usted no es 38, si su espalda es bien chiquita y usted es finita, usted es copa doble D, busque un brassier así, ya va a ver.

Fui a un almacén y había uno, solo uno, 32 DD, caro. Me lo probé, me quedó perfecto, me vi bonita en el espejo, lo compré.

Pero había comprado muchos brassieres de encaje de cualquier talla: 38, 36C, 34D, todos caros porque las tallas grandes son caras; así que seguí buscando la costurera. No encontré ninguna cerca, pero había un sastre. Pasé muchas tribulaciones pensando si llevarle los brassieres o no. No iba a medírmelos, jamás, solo iba a señalar con alfileres lo que debía cortar y coser.

Finalmente mis brassieres antiguos (también habían sido cortados y cosidos por mi costurera en El Salvador) ya estaban muy antiguos, así que fui. Al sastre le dio asombro pero fue muy profesional y los remendó el mismo día.

Cuando le pagué, me dejo ir un: “¿Y por qué les corta, no encuentra de su talla?”

Y yo, avergonzada, 26 años, salvadoreña en México, criada por católicas, contesté: “Es difícil”.

**

No encontré brassieres 32 DD en El Salvador. Cuando llegaba a las tiendas por departamentos las dependientes se reían de mí o eran muy groseras:

—Esa talla no existe.

—Usted NO PUEDE SER 32.

—Usted seguro es 38, o 40, busque ahí -y señalaban con desprecio las tallas grandes.

Brassieres enormes como hamacas me esperaban, yo quería llorar. Algunas veces lloraba.

***

Un par de años después, yo estaba en Madrid, mis brasieres mexicanos ya estaban viejos, así que entré a una tienda de lencería, ahí había SOLO UN BRASSIER 32DD. «No importa, me lo llevo, ¿cuánto cuesta?», «60 euros». 60 euros. Es decir: 80 dólares, o un poco más, la mitad o un poco más de un salario mínimo. Imagine en esa tienda a una profesora universitaria salvadoreña con salario muy bajo (las universidades privadas en El Salvador pagan entre 150 y 190 dólares AL MES a un profesor hora clase, incluso con maestría). Pero afortunadamente yo había ahorrado, sabía que iba a comprar brassieres, siempre que viajo compro libros y brassieres, ambos imposibles de encontrar en El Salvador, así que desenfundé los 60 euros y pregunté:

En busca de la copa perfecta • LADO B

—¿Tendrán otro?

—La próxima semana vienen nuevos.

Y esperé.

La siguiente semana fui con mi amigo Mario Ernesto, íbamos a almorzar juntos y me acompañó. Mario Ernesto se sonrojó ante tanto encaje, media, calzón, tanga y brassieres.

Llegó mi brassier: “Solo vino uno, míralo”.

Era hermoso: Rosa, de encaje.

Yo nunca había tenido un brassier rosa y de encaje, porque tal vez los diseñadores de brassieres creen que las tallas grandes no son sexys, piensan quizá que talla DD es solo una señora de 50 años con varios hijos amamantados y que por clichés de la edad y la juventud no puede ser sexy o al menos sentirse cómoda con su cuerpo; muchos pueden creer que una talla DD no es muchacha de 25, 30 años, que tiene que usar brassieres espantosos, casi que fajones, mal cosidos, mal diseñados, que lastiman la piel delicada de sus mamas y la acomplejan.

Así que lo compré.

Pero este era de encaje, así que era más caro, costaba 80 euros.

Las universidades españolas pueden llegar más que mi salario mensual en la UCA por una conferencia sobre la literatura centroamericana. Así que mis ponencias sobre Pedro Geoffroy Rivas y Salarrué pagaron mi brassier.

Cuando dejé caer los 80 euros en la caja, Mario Ernesto se escandalizó más que con las tangas.

Era demasiado dinero, dijo.

Cuando salimos, me invitó a comer, me regaló un libro, no dejó que yo pagara nada, se sentía mal por que una mujer tuviera que pagar tanto por una prenda de uso diario, necesaria; porque las modas dicen que no se puede ser grande, y si se es grande solo puede ser actriz porno (la mayoría de veces sin brassier) y no escritora ni estudiante.

***

Esta historia no es un caso de banalidad. Tengo en mi contra ser compradora de zapatos, amar los tacones, usar minifaldas y lápiz labial, mucha gente puede llamarme frívola según cierto cliché. Pero cuento esta historia de brassieres, y los compro, por el bienestar de mi alma y de mi cuerpo; porque, aunque alguien pueda sugerir que usar brasier es una imposición patriarcal y debiera liberarme y no sucumbir ni al patriarcado ni al mercado, yo pagué casi un salario mínimo en dólares para protegerme. No puedo andar por ahí con los senos al aire (liberados, dirán), porque yo no creo en ese tipo de liberación. Parafraseando a Fernand Braudel, Una cocinaha hecho más por la liberación femenina que no usar brassier: La estufa hizo que la mujer se irguiera y no cocinara ya de rodillas o agachada; además de la metáfora de no seguir arrodillas le evitó la artritis y otras enfermedades reumatiles, y llevó de nuevo la metáfora de la evolución a su literalidad: erguirse para guisar y alimentarse como erguirse para caminar y ser finalmente el homo erectus.

***

Soy una mujer 32 DD y aunque mi familia y mi pareja me pidan que no me acompleje y me “halaguen” por ello, estoy harta de que me digan en la calle:

—Mamita, qué pechos.

—Qué ricas tetas, para chupártelas.

—Qué rico, mamacita, terminá de criarme.

Qué terribles Edipos hay en los acosadores sexuales.

***

Varias veces, bebés en los autobuses me han tocado el pecho, son bebés lactantes, y supongo que tienen hambre. La naturaleza me dotó de una alegoría a la maternidad, y sé que Rubens habría valorado mi cuerpo, pero la sociedad actual y el consumo no.

***

Escribo este texto porque no solo yo he sufrido de complejos -sentirme fea, deforme- durante años.

Lo escribo porque hay adolescentes que tienen caderas y pechos mayores que los 95 o 100 centímetros y no encuentran ropa de su talla, y sufren y se deprimen por comprar ropa de su talla en los departamentos de maternidad; porque tenemos que estar vestidos de alguna manera, es, según nosotros, un símbolo de civilización; porque América Latina tiene altos índices de obesidad (México, por ejemplo, y aunado a ello, es el país con más ciudadanos enfermos de diabetes), y está llena de franquicias que cada cierto tiempo recortan el patrón de su ropa y lo vuelven más angosto. Extremo.

Nos es posible que una mujer tenga que pagar de 60 a 80 euros por un brassier de su talla. Un brassier que no sea de tu talla, que oprima su pecho, que dañe su piel y sus glándulas mamarias, puede incluso causar nódulos (tumores carnosos) en el pecho, e incluso, esto puede estar ligado al cáncer de seno.

No es posible sufrir por el cuerpo y hacer sufrir al cuerpo de esta manera: Es una forma de violencia, de género y económica.

Modelar el cuerpo, imponer cómo debe ser el cuerpo -en una especie de eugenesia posmoderna- es violentar a las mujeres, jóvenes o ancianas, que no pueden vivir con felicidad su corporalidad y su sexualidad.

***

La primera vez que viví en México fue en una estancia artística; una de mis compañeras era la escritora brasileña Maria Alzira Brum Lemus, ella, al igual que yo, es una mujer menuda que usa copa DD. Maria Alzira ha tenido toda su vida el mismo problema para encontrar un brassier. Un día le expliqué de la talla 32 DD y le mostré mi hallazgo: ella lo vio, lo encontró perfecto, y me dijo:

«Voy a robarte este brassier cuando te descuides, es muy difícil de encontrar».

La talla fue una iluminación, y el fin de años de complejo y cansancio -se cansa, en verdad- de buscar la copa perfecta.

En honor a esta lucha, ella creó el personaje de la «Terrorista del sotén», en su libro Novela souvenir. Una chica talla 30G (senos descomunales con una espalda estrecha) pone una bomba en una fábrica de lencería, secuestra al dueño y lo liberará únicamente si él fabrica miles de tallas 30G, para muchachas con cuerpo diferente.

“La línea fue un éxito de ventas (…) La nueva lencería influyó en la economía global, tanto en la oficial como en la pirata, ya que millones de copias de los sostenes M., como pasaron a ser llamados, se producían y vendían en todo rincón y penumbra del planeta”, dice la novela.

Otra vez vivo en México y ayer encontré un brassier de mi talla. Era el único, era carísimo, lo compré.

Pienso en la copa perfecta y sé que no es un lujo.

Pienso en mi abuela diciéndome cuando yo era una adolescente: “No llorés, tanta mujer que se pone busto ahora y vos sufrís con el tuyo tan bonito y de verdad”. Pienso en los años en que yo y otras mujeres que conozco hemos tenido que pagar mucho dinero y encima cortar y remendar brassieres; pienso en los casos de mujeres que conozco que han desarrollado nódulos en su pecho y a su edad tan joven -20, 30 años-, sus médicos les han dicho que es por la opresión en el pecho que les dan brassieres que no son de su talla o les quedan demasiado ajustados y las hieren con sus ballenas -el esqueleto del brassier-. Y pienso, sobre todo, en lo crueles que somos con los otros: los negros, los amarillos, los morenos, los gordos, los bajos, los demasiado altos, las mujeres que no se casan, las que no tienen novio nunca, los hombres que aman a otros hombres, las mujeres que tienen el pecho demasiado pequeño (planas, masculinas, etc., las llamamos) y las que los tienen demasiado grande (mamacita, volveme a criar, nos dicen).

Y espero, con resolución, la llegada de la “Terrorista del sostén”.