Curso pontificio de educación afectivo-sexual

Me han pedido que analice brevemente el curso de educación afectivo-sexual que ha publicado el Pontificio Consejo para la Familia con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud. Este curso, titulado “El lugar del encuentro, la aventura del amor” se puede encontrar libremente en Internet, traducido a cinco idiomas, y se ha repartido a multitud de profesores de religión y catequistas de todo el mundo.

Comencemos diciendo que el curso tiene aspectos verdaderamente excelentes. Por ejemplo, la insistencia en la complementariedad entre hombre y mujer, en la objetividad del bien y en que el ser humano está formado por cuerpo y alma, de manera que no tenemos un cuerpo, sino que somos cuerpo y somos alma. El curso recuerda que, para que un acto sea moralmente bueno, tienen que ser buenos todos sus elementos (objeto, fin y circunstancias). También trata el tema del pudor, como virtud que ayuda a proteger la intimidad tanto del cuerpo como de los sentimientos. Asimismo, recuerda que “la verdadera libertad es una facultad para el bien” y que “el fin no justifica los medios” e incluye algunos testimonios emocionantes y conmovedores. Se explican las virtudes cardinales y las teologales (¡y con una cita de San Gregorio de Nisa!) y hasta se habla de la castidad y la pureza.

Todas estas cosas (y muchas otras) son muy buenas. En algunos casos, sorprendentemente buenas, porque no se encuentran en muchos otros cursos sobre el tema. A esto ha de añadirse, sin ninguna duda, lo oportuno de elaborar un curso sobre un tema tan importante y el reconocimiento de los esfuerzos y la buena intención de sus autores. A mi juicio, sin embargo, el curso muestra también algunas carencias graves que, si no se corrigen, podrían hacer bastante daño. Para mayor comodidad, he resumido esas carencias en siete puntos:

1) Deficiencias pedagógicas

Esto, por desgracia, es común a muchos cursos y libros católicos, que parecen haber sido escritos por personas que no han visto a un niño en su vida. En el curso se mezclan, sin orden ni concierto, cuestiones complejas y densas con “ejercicios” diseñados para alumnos con el nivel intelectual de una castaña. Por ejemplo, en la misma unidad en que se explica que Dios nos ha “insuflado” el espíritu, de manera que el ser humano es “un ser a la vez corporal y espiritual” porque el alma es “el principio espiritual del hombre”, y se habla de los “valores corporales y afectivos” y la “dimensión trascendental” de la persona, se pide a los alumnos que pinten la cáscara de un huevo duro y que dibujen su mano en el papel y escriban algo en cada dedo.No parece exagerado señalar una gran disonancia entre el nivel intelectual y humano que se presupone para una cosa y la otra.

En general, a mi entender, la gran mayoría de los ejercicios que se proponen son una pérdida de tiempo, que es el fallo más común de este tipo de cursos: mucho envoltorio inútil que distrae de la sustancia. El curso acumula cientos de fichas didácticas, fotografías, dibujos, enlaces a películas, comentario a cada uno, esquemas, gráficos, recuadros complementarios, etc. En una cantidad abrumadora. Da la impresión de que ha sido elaborado por muchos equipos o autores diversos, lo que explica su falta de unidad y su muy excesiva extensión.

Ciertamente, esto no descalifica el curso, ya que se trata de un aspecto meramente técnico o pedagógico y, por lo tanto, menos importante que las siguientes carencias que comentaremos, pero uno desearía que se hubiera cuidado más.

2) El curso enseña el pudor, pero no lo practica

Aunque (meritoriamente) se habla en el curso de la “necesaria recuperación del pudor”, de hecho los materiales contienen fotos impúdicas que yo no enseñaría a mis hijos (por ejemplo, 1, 2, 3, 4, 5). Pretender educar con fotos impúdicas, en realidad, es deseducar de forma solapada, aunque se haga con buena intención. La educación no es sólo cosa de contenidos racionales expresados con palabras, sino que, en buena parte, se educa por el ejemplo o, dicho de otra manera, por ósmosis o connaturalidad: un niño o un joven se educan en contacto con padres o maestros que no solamente hablan bien, sino que actúan bien.

Con el fin hacer más atractivo el curso (supongo), en todas las unidades se incluyen fragmentos de películas para discutirlos. Algo que podría ser una buena idea, si no fuera porque varias de las películas son completamente inadecuadas (para un joven y, francamente, para cualquiera). Aunque supongo que los fragmentos en sí no contendrán imágenes indecentes, ¿qué necesidad hay de despertar en los jóvenes el interés por películas desaconsejables y que van en contra de lo que se desea enseñar en el curso?

Curso pontificio de educación afectivo-sexual

Como ya discutimos en otra ocasión, nuestro mundo no entiende el verdadero sentido de la sexualidad porque se ríe del pudor y lo considera algo tan obsoleto como la yesca y el pedernal. La influencia del pensamiento ambiente es muy fuerte y los educadores deben estar especialmente atentos a no permitir que esa influencia se cuele inadvertidamente en sus enseñanzas, ni siquiera a través de las imágenes que acompañan los textos.

3) Promueve activamente las situaciones equívocas

Por ejemplo, propone que se haga una “encuesta” entre los jóvenes del grupo, en la que cada uno debe decir qué es lo que le atrae en una persona cuando la ve y las respuestas posibles varían desde “trasero”, “genitales” o “pecho” hasta “mirada”. No se trata de un caso aislado, sino que se repite en varias ocasiones: en un ejercicio, los jóvenes tienen que responder a “¿Qué te sugiere la palabra sexo?”, en otro se les pide que contesten a “¿Qué sensaciones experimento ante la desnudez de mi cuerpo” y en un tercero deben indicar en unas siluetas “dónde está situada la sexualidad en los chicos y en las chicas”.

Cualquiera con dos dedos de frente sabe que pedir a un grupo de chicos y chicas que respondan públicamente a esas preguntas va a terminar en un desastre y suscitará un ambiente que es lo diametralmente opuesto al respeto y la delicadeza que se pretenden transmitir. Una de las cosas que hay que enseñar es, precisamente, la delicadeza al hablar. Volvemos a lo mismo: si no practicamos lo que decimos, lo que aprenderán los jóvenes es lo que hacemos y no lo que decimos. Es fundamental educar, especialmente por el ejemplo, en el sentido de la intimidad que corresponde a la sexualidad y enseñar a huir de todo exhibicionismo, incluido el del lenguaje grosero o inapropiado, los chistes verdes, etc.

4) Presenta (inconscientemente) como modelo las ocasiones próximas de pecado

Todo el curso está planteado en torno a la idea de un “campamento de verano”, supongo que como una de esas fallidas ideas pedagógicas que piensan que, para enseñar, hay que hacer todo lo posible por distraer del tema que se intenta transmitir. En cualquier caso, el problema está en las fotos que se presentan como modelo de ese campamento. Esas fotos son de una excursión de cinco jóvenes de ambos sexos que se han ido a acampar ellos solos, algo que es una ocasión de pecado de libro y que cualquier padre católico sabe que no puede consentir en sus hijos. Además, las fotos representan y promueven de forma implícita un claro ejemplo de formas de vestir indecentes, especialmente por esos pantalones-cinturón, hoy tristemente tan frecuentes en las chicas. Si a eso añadimos que, en una de las fotos, uno de los chicos pone la mano en el trasero de una de las chicas, se entenderá que resulte asombroso que se hayan seleccionado para el curso, porque destruyen en la práctica todo lo que se enseña como teoría. Una imagen, desgraciadamente en este caso, vale más que mil palabras

O el vídeo de promoción, en el que se ahonda aún más en estas imágenes, como síntesis de lo que se pretende transmitir:

Vídeo de promoción.

5) Prescinde de algunos aspectos importantes de una visión cristiana de la sexualidad

En el curso se habla del pecado, pero casi siempre de forma abstracta o general, con cierto saborcillo gnóstico, como “desamor”, falta de “luz”, “egoísmo”, “equivocación”, “desorden”. Según me dicen los sabios y entendidos, esto es intencionado: se busca hacer un texto más “neutro”, que pueda utilizarse también en colegios y ámbitos no católicos.

No hace falta pensar mucho para darse cuenta de que esa consideración es ridícula, porque todos sabemos que los colegios no católicos no van a utilizar un curso sobre la sexualidad cuyo autor es un Pontificio Consejo del Vaticano. Esperar otra cosa es vivir en un mundo imaginario, que en nada se parece al real. Especialmente si tenemos en cuenta que la introducción está trufada de citas del Directorio Catequético y del Papa o que en el curso se habla de Dios, del alma, etc. ¿Qué colegio que no sea católico va a utilizar algo así?

Además, la consecuencia de esta opción es muy grave: si omitimos aspectos importantes de la fe y la moral cristianas en el tema tratado para que el curso sea aceptable a los no católicos, lo que inevitablemente sucede es que privamos a los católicos que hagan el curso de esos aspectos. “Sólo Dios, al que [la Iglesia] sirve, responde a las aspiraciones más profundas del corazón humano, el cual nunca se sacia plenamente con solos los alimentos terrenos” (Gaudium et Spes 41). “El justo vive de la fe” (Rm 1,17) y todos los aspectos de la vida cristiana han de ser siempre considerados a su luz, también, por supuesto, la educación afectiva y sexual.

Esas omisiones, que tanto debilitan la fuerza cristiana educativa del curso que analizamos, afectan especialmente al tratamiento que se da a temas políticamente incorrectos o incómodos, como los anticonceptivos, la homosexualidad, los pensamientos impuros, la masturbación, etc., que ni siquiera se mencionan, mientras que se dedican varias páginas, por ejemplo, al peligro de la adicción a las drogas. Estas omisiones resultan especialmente perjudiciales si tenemos en cuenta que todos los jóvenes que asistan al curso estarán recibiendo una anticatequesis constante del mundo, que les dice que todas esas cosas son buenas y necesarias. Tampoco se habla de losmandamientos y se omite mencionar la existencia misma de pecados graves en el ámbito sexual, que causan una separación completa de la vida de la gracia de Dios. El mismo aborto se trata como un drama y una equivocación, pero no como un pecado.

Si no se mencionan esos temas morales, se está engañando a los jóvenes que reciben el curso, porque se les está dando una versión abstracta o amoral de la sexualidad o, en el mejor de los casos, una en la que el aspecto moral no tiene importancia al lado del meramente psicológico (que, casualmente, es justo la visión que tiene el mundo del asunto, es decir, precisamente el gran error contra el que debe combatir un curso católico sobre el tema). A poco que se reflexione, resulta evidente que hablar de educación afectivo-sexual sin una referencia suficiente a la moral concreta es lo mismo que fomentar una sexualidad amoral en la práctica. Esto es particularmente cierto si precisamente lo que prescindimos de explicar son las cosas que menos le gustan al mundo no cristiano.

Se ha afirmado en algunos lugares de Internet que en el curso no se menciona la confesión, pero no es cierto. Sí que se menciona y aconseja, aunque no se utilice el nombre específico, sino que se habla de acudir a un sacerdote cuando uno peca, al igual que uno acude a un fisioterapeuta cuando tiene una lesión. Sin duda, habría sido mejor usar la palabra, pero el concepto está presente. También se ha dicho que no se habla del celibato y la vida consagrada, pero tampoco es cierto, aunque probablemente deberían haberse tratado de forma más prolongada.

En cualquier caso, las ausencias estropean considerablemente el curso. Es como si en un curso de matemáticas básicas se omitieran de forma sistemática los números tres, siete, nueve y veinticinco. Es absurdo quitar de nuestros cursos aspectos valiosos y necesarios de la visión cristiana del hombre y de su vida moral para que teóricamente puedan usarlos los no católicos, especialmente cuando ya sabemos que los no católicos no los van a usar.

6) Prescinde de los padres

La Iglesia ha enseñado siempre que la educación en el ámbito afectivo y sexual es, ante todo, una responsabilidad de los padres. En ese sentido, se echa de menos que el curso haga referencias frecuentes a los padres y que anime a los jóvenes a consultar los temas tratados con ellos. Entiendo que es algo difícil, porque habrá padres que no quieran hablar del tema con sus hijos, pero que resulte difícil no excusa esta grave carencia.

Repitámoslo: los primeros responsables de la educación de los hijos son sus padres y los educadores deben tener la humildad de reconocer ese papel primordial, remitiendo a menudo a los padres. El Concilio Vaticano II lo recuerda en varias ocasiones: “Puesto que los padres han dado la vida a los hijos […] son los primeros y principales educadores. Este deber de la educación familiar es de tanta trascendencia que, cuando falta, difícilmente puede suplirse” (Gravissimum Educationis 3). “Por ello los esposos cristianos, para cumplir dignamente sus deberes de estado, están fortificados y como consagrados por un sacramento especial […] ennoblecidos por la dignidad y la función de padre y de madre, realizarán concienzudamente el deber de la educación, principalmente religiosa, que a ellos, sobre todo, compete” (Gaudium et Spes 48). “Los cónyuges cristianos […] son para sus hijos los primeros predicadores de la fe y los primeros educadores […] Siempre fue deber de los cónyuges y constituye hoy parte principalísima de su apostolado […] afirmar abiertamente el derecho y la obligación de educar cristianamente la prole, propio de los padres y tutores” (Apostolicam Actuositatem 11).

7) Fallos puntuales

Finalmente, hay pequeños y no-tan-pequeños fallos puntuales que deberían haberse corregido en la edición del libro. Por ejemplo, frases inadecuadas o confusas (“La fe es personal y cambia conmigo”), simplificaciones sorprendentes (“Cuando me ‘enamoro’ de alguien, en lo primero que me fijo es en su cuerpo” o “La libertad es la capacidad que tengo de poder decidir de acuerdo a la razón y según mi voluntad sin que nada ni nadie me lo impida”), la falta de delicadeza en el lenguaje, errores teológicos menores (aparentemente, los autores creen que los ángeles no tienen libertad), la contraposición entre amor y obediencia (“entendieron que lo que Dios deseaba no era otra criatura que le obedeciera, sino que deseaba mucho más: Deseaba una criatura que le amara”), hablar de “relación” en lugar de hablar de “noviazgo”, una aparente justificación del aborto legal (“Siempre teniendo en cuenta por encima de todo el respeto de la vida humana, su dignidad, que también pasa por el respeto de la libertad del otro, de las circunstancias personales, etc.”), poner como paradigma de persona virtuosa a Gandhi o la confusión entre la ley natural y los instintos biológicos.

Mi conclusión es que el curso mezcla cosas muy buenas con carencias significativas. En ese sentido, mucho dependerá del educador o catequista. Si el curso no habla de un tema importante, siempre se puede añadir una charla sobre ese tema. Si algunos materiales o ejercicios son inapropiados, se pueden omitir. Sin embargo, como nos jugamos mucho en este ámbito, sería muy deseable que un curso hecho por el Vaticano no tuviera que ser corregido por los que lo van a emplear.

En mi modesta opinión, el curso en su conjunto, tal como está, resulta desaconsejable. No quisiera yo que lo recibieran mis hijos cuando lleguen a la adolescencia. Esperemos que se corrijan los errores para que el esfuerzo de los autores pueda dar frutos de vida eterna en este tema tan importante.