Palacios descabellados, chimeneas de mármol y personajes sin escrúpulos: por qué sin ‘Dinastía’ jamás hubiese existido el clan Trump

Cuando el canal norteamericano ABC estrenó la serie Dinastía en enero de 1981, hace ahora 40 años, el republicano Ronald Reagan acababa de ganar las elecciones presidenciales del país y comenzaba una época de conservadurismo en lo político y opulencia sin complejos en lo estético. Hoy nos encontramos en la situación opuesta, con un presidente demócrata a punto de tomar posesión en Estados Unidos y unos referentes visuales que oscilan entre el minimal y la estética de barrio, con los años noventa como principal fuente de inspiración.Palacios descabellados, chimeneas de mármol y personajes sin escrúpulos: por qué sin ‘Dinastía’ jamás hubiese existido el clan Trump Palacios descabellados, chimeneas de mármol y personajes sin escrúpulos: por qué sin ‘Dinastía’ jamás hubiese existido el clan Trump

También resulta irónico que, como la actriz Joan Collins ha admitido en alguna ocasión, el personaje que interpretaba en el folletín, Alexis Morell Carrington Colby Dexter Rowan (el primero es su apellido de soltera; los demás, los de sus esposos sucesivos), venía a ser una versión femenina del multimillonario Donald Trump, que es ahora el mandatario saliente y al borde del impeachment. Puede que con esto estemos juzgando en realidad la resaca de toda una época pasada. Pero de esa época hay mucho que salvar: a lo largo de nueve temporadas y 220 episodios, esta serie que iba a llamarse Oil (“petróleo”) y se había concebido para reflejar “el estilo de vida de los ultrarricos” (en palabras del diseñador de vestuario Nolan Miller) desplegó un repertorio visual propio e irrepetible, que cuatro décadas más tarde puede servirnos como antídoto frente a la posibilidad de un segundo advenimiento del estilo grunge.

Se supone que la acción de Dinastía transcurre en Denver, Colorado, pero lo cierto es que podría ser cualquier lugar. O ninguno. Donde las otras soap operas americanas de alta gama de los ochenta aún recurrían a ciertos elementos vernáculos, típicos del espacio geográfico en el que se desarrollaban (mucho sombrero texano y mucho vaquero ceñido en Dallas, el shabby chic de los viñedos californianos en Falcon Crest), aquí la única patria es la del dinero, una patria transversal a cualquier región, país o continente del mundo. Y el aparato estético es coherente con ello. Una sola escena elegida al azar de Dinastía reúne tantos estímulos para el ojo, y genera tanta información, que los más sensibles pueden quedar desbordados por la experiencia.

Los personajes de Dinastía viven en una especie de monte Olimpo hecho de mármoles, ebanistería y mullidas moquetas. Aquí los pobres mortales no tienen acceso ni cabida. Como ya se ha destacado en alguna ocasión (así lo hizo Boris Izaguirre en Vanity Fair), la serie presenta ciertas similitudes con la mitología grecolatina. Al igual que los dioses griegos, los personajes de Dinastía presentan una configuración física muy similar a la de cualquier humano (solo que muchísimo más agraciada que la media), albergan las mismas pasiones, deseos y miserias (pero elevados a la enésima potencia), y sin embargo solo entre ellos interactúan de igual a igual. Cuando interviene en la ecuación alguien ajeno al mundo de los ultrarricos, normalmente se trata de alguien cuya su función es ser explotado física y psicológicamente (hay muchos ejemplos de esto a lo largo de toda la trama).

Cómo se decora un monte Olimpo

La mansión de los Carrington es la residencia del magnate del petróleo Blake Carrington y su esposa Krystle (John Fosythe y Linda Evans). Inspirada en la casa del productor Aaron Spelling, se trata de uno de los personajes principales de la serie. Durante las grabaciones, los planos exteriores se tomaron en diversas residencias de California, mientras que para los interiores ae crearon suntuosos decorados de estudio. Se trata de un enorme complejo de estilo neopalladiano, tipología que remite al poder desde los tiempos del Renacimiento (y aún antes, desde el Imperio Romano). El espacio es, además, objeto de disputas encarnizadas: suele recordarse mucho el episodio en el que Blake casi estrangula a su exesposa Alexis porque esta se presenta blandiendo los documentos que la legitiman como nueva propietaria del inmueble. Al mismo tiempo escenario y símbolo de estatus, es un lugar físico y también un espacio mental.

La entrada de la casa dispone de una señorial escalera doble con barandilla de forja y pasamanos de madera. Todas las habitaciones están dotadas de aparatosas chimeneas de mármol (esto ofrece la posibilidad de iluminar las secuencias nocturnas con el fulgor de un fuego crepitante, algo de por sí muy Dinastía). Las lámparas suelen ser gigantescas arañas de cristal de roca o apliques de bronce con profusión de pantallas troncocónicas y toda mesa, consola o repisa, está coronada por un generoso buqué floral. Las boiseries –pintadas de blanco, o bien manteniendo el tono natural de una madera recia, tipo ébano o nogal– suelen revestir los muros, como los cuadros al óleo con marcos moldurados.

Palacios descabellados, chimeneas de mármol y personajes sin escrúpulos: por qué sin ‘Dinastía’ jamás hubiese existido el clan Trump

Más decoración Carrington 100% certificada: sofás de capitoné de cuero negro o tabaco, kentias, monsteras y ficus a tutiplén, jarrones chinos con la altura de un niño de 12 años, pesados cortinajes enmarcando ventanas francesas y, sobre todo, ni un centímetro cuadrado de suelo sin enmoquetar. Si prestamos atención veremos que las moquetas de tonos cremosos donde la suela del zapato queda engullida por la materia textil están presentes en casi todos los decorados de la serie.

Así vive (y se pelea) una mujer de verdad

Lo primero que hace Alexis en cuanto disfruta de una situación económica totalmente saneada es adquirir un impresionante ático tríplex en el condominio más lujoso de Denver (aunque, de nuevo, las tomas exteriores correspondan a una torre de Los Ángeles). En esta residencia de ensueño llama la atención el modo de acceso: el ascensor abre sus puertas en mitad del recibidor, de manera que a la propietaria (y al televidente) se le ahorra la vulgaridad de escaleras, descansillos y demás áreas comunes. Inmensos ventanales, cambios de alturas, sillones Luis XV, sofás tapizados de blanco con almohadones rosas en contraste, expresionismo abstracto en las paredes y un juego de café de plata para el desayuno se alían para crear tan particular universo.

Otro elemento imprescindible es la bañera: siempre hay una gran tina rebosante de espuma preparada para Alexis, con los imprescindibles complementos del champán y el caviar bien a mano. Otra cosa muy conveniente son las mesas con jarrones y bibelots de porcelana o cristal, de manera que ella pueda estrellarlos contra el suelo (o contra la cabeza de otra persona) durante sus nada infrecuentes arranques de ira.

Lo que nos lleva al espinoso asunto de las catfights (“peleas de gatas”), o escenas de agresión física entre dos mujeres, que el público anhelaba cada temporada y que se volvieron tan populares que durante su grabación se solicitaba la asistencia de la prensa. Se ha discutido mucho sobre si Dinastía es feminista o más bien todo lo contrario. Y posiblemente sea ambas cosas a la vez. Es cierto que pocas veces la trama de un producto del mainstream televisivo había estado conducido por mujeres poderosas de más de 50 años. Eso sí, esas mujeres utilizaban su poder mayoritariamente para atacarse entre ellas. Las alianzas y contraalianzas femeninas cambiaban de dirección con una agilidad que dejaba a la Guerra de los Treinta Años en una partida de de la Oca.

Posiblemente las dos catfights más antológicas entre Alexis y Krystle son las que tienen como escenario un lago con nenúfares y el estudio de pintura de Alexis (poco suele citarse su pasado de pintora hiperrealista aficionada), donde cada elemento de mobiliario está ahí tan solo para ser destruido de la manera más creativa e hiperbólica posible. El oscuro placer que genera en el espectador la contemplación de esta pelea –de una violencia tan extrema que roza la caricatura voluntaria– posiblemente tenga mucho que ver con un elemento brechtiano: el decorado abandona su función mimética, deja de hacerse pasar por un lugar real y se revela como pura escenografía mientras va haciéndose añicos ante nuestros ojos.

Otros de los escenarios habituales es La Mirage (sic), interesante concepto hostelero que mezclaba el hotel exclusivo y el club de campo donde los personajes gustaban de encontrarse para celebrar almuerzos y tramar conspiraciones. Los refugios de esquí también son bienvenidos, por supuesto. Por su parte, las sedes sociales de las empresas petrolíferas que sustentan el elevado tren de vida de los personajes raras veces se atisban, como no sea para albergar alguna breve sesión del consejo de administración. Alexis se desenvuelve particularmente bien en esas salas de reuniones: escoltada por su hijo-esbirro Adam, pone las peras al cuarto a un batallón de machos alfa en franca decadencia física. Incluido Blake Carrington, por supuesto.

Consejos para vestir como una diosa griega

La feminidad barroca y algo circense que propugna Dinastía requiere un vestuario ad hoc. Aquí las mujeres son Atenea en una reunión de accionistas, Hera en sus relaciones familiares y Afrodita en la intimidad de su dormitorio. Representar todo este compendio pero trasladado a finales del siglo XX no fue tarea fácil para el diseñador de vestuario Nolan Miller, aunque ciertamente le reportó grandes satisfacciones.

Para vestir a Joan Collins, Miller declaró haberse inspirado en los atuendos de Joan Crawford, una versión algo pasada de rosca del estilo que ella misma y otras divas hollywoodienses habían portado en los años cincuenta, dentro y fuera de la pantalla. De esto sería paradigmático el modelo con el que Alexis irrumpía en la serie, al final de la primera temporada, cuando aún no había una actriz asignada para el papel (estaba prevista Sophia Loren, pero sus exigencias salariales frustraron el plan) y en el primer capítulo de la segunda: traje sastre blanco y negro y gran pamela con velo a juego. La combinación de blanco y negro sería la gran aliada de Alexis en sus muchos momentos cumbre, aunque tampoco rehuía los colores rabiosos, en especial el fucsia o el rojo, así como los acabados metalizados. Por su parte, Krystle Carrington solía recurrir a líneas más depuradas (pero en absoluto más sencillas) y colores menos extremos, que salpimentaba con escotes pronunciados y aplicaciones de lentejuelas y pedrería.

El antagonismo entre ambas se remarcaba mediante un inteligente empleo de los ejes espaciales: mientras la insaciable Alexis tendía a la verticalidad, con sus sombreros y peinados que iban elevándose temporada tras temporada hasta parecer pelucas Pompadour, Krystle –más apegada a la tierra– conquistaba el sentido horizontal gracias a sus dramáticas hombreras y su inmutable cortina de cabellos con mechas rubias.

Sombreros, amplios volantes y voluminosos conjuntos de pendientes y gargantilla (nada de bisutería, por favor) formaban parte del menú indumentario habitual. También las pieles de animales salvajes, porque por entonces el auge de PETA aún esperaba su momento. Pamela Sue Martin y Emma Sams (que interpretaron el presonaje de Fallon Carrington Colby), Pamela Bellwood (Claudia Blaisdel), Catherine Oxenberg (Amanda Carrington), Diahann Carroll (Dominique Deveraux), Stephanie Beacham (Sable Colby)… La mayoría del elenco femenino pivotaba entre estas mismas coordenadas, aunque un personaje más joven, y digamos popular, como la Sammy Jo que interpretaba Heather Locklear, parecía a veces mirarse en el estilo californiano de la Farrah Fawcett de los setenta, injertado con cualquier estrella efímera de pop rock del momento.

Hay que destacar también que Dinastía era exactamente el tipo de serie en la que con cierta frecuencia se pronunciaba esta frase: “Voy a ponerme algo más cómodo”. Así se anunciaba la irrupción en pantalla de un estimulante combinado de raso, encaje y piel humana. Casi todo el reparto femenino de la serie tuvo en su guion esta línea de diálogo en un momento u otro.

Guardarropa del poder masculino

El estilismo masculino de la serie resultaba infinitamente más monocorde, lo que no impide que estuviera también cargado de información. Su objetivo consistía en recrear el concepto que el público americano tenía de su propio patriciado. Del mismo modo que -como hemos comprobado con la mansión Carrington- hay una arquitectura del poder, hay también un guardarropa del poder.

Así, los personajes de cierta edad se mostraban por lo general vestidos con traje y corbata, o bien con esmoquin cuando la ocasión exigía tiros largos. Blake Carrington era el epítome del caballero maduro de sienes plateadas, siguiendo cierto patrón clásico de la novela rosa: el traje a medida, la impecable chaqueta de tweed para momentos más informales, concesiones esporádicas al punto de cashmere cuando la cosa se ponía definitivamente relajada y batines de seda para la convalecencia hospitalaria o doméstica.

También otros personajes más jóvenes –Jeff Colby, Steven y Adam Carrington o Dex Dexter, el amante y después tercer esposo de Alexis– estaban abonados al terno de lana gris o azul marino, aunque era frecuente verlos con pantalones vaqueros o chinos y jerséis gruesos de punto, todo en ese registro preppy tan norteamericano, tan Brooks Brothers (primero), tan Ralph Lauren (después). El estilo atemporal se complementaba con unas opciones muy de la época para el estilismo capilar: las melenas densas y lustrosas, favorecidas por el secador y la laca, son un producto inequívoco de los años ochenta del pasado siglo. Y casi un requisito imprescindible para aquellos galanes. El peinado debía preservarse intacto en todo momento. Aunque ellos también exhibían de vez en cuando unos físicos bien trabajados, ponerse “algo más cómodo” nunca les dispensaba de un cardado tan estático y monumental como una escultura de Policleto.

Nadie dijo que fuera fácil ser un dios griego, ni que habitar en el Olimpo saliera gratis.